Invisible e irrompible
Solo quien construye primer un espacio para Dios puede entonces encontrarlo en los demás espacios.
Me encanta Dios y sus rincones; me encanta lo que en ellos fluye.
Tu alma reconoce que ese espacio siempre fue pensado y echo para ti, ese momento de encuentro ya estaba planeado y con ese escudo nadie puede hacerte daño.
Hay sentimientos que simplemente son. No se planean, simplemente llegan y llenan, hay veces que serán para orientar para un mayor despertar o simplemente para calentar el corazón un ratito nada más.
Hay espacios dónde te encuentras a Dios y mas allá de las paredes o cualquier ornamento, lo que te conecta es el mismo vacío el que se llena por Él. Cuando Esta Dios no hay mayor justificaron ni explicación. Hay espacios mágicos, sagrados donde se convierte lo tangible en intangible y toman otra dimensión dentro de ti.
Es justo en esos espacios dónde sabes que te sostiene la espalda firmemente y por minutos tienes la certeza de que tus pasos jamás serán en falso. Sabes también que lo grande pide grande y se siente un escalofrió recorrer ideas y todo el cuerpo a la vez. Pero cuando sueltas el control, sabes también que las puertas correctas serán abiertas. Por que a Dios se le encuentra en lo sencillo; y esta grandeza se entiende en humildad.
Dios sabe a Dios en lo auténtico y se disfraza de lo simple, y se siente en tu fe activada. Tener a Dios es el mejor escudo y la mejor visión. Viendo de frente hablando claro y fuerte. Se apaga la mente y se enciende el corazón.
Hay rincones dónde respiras a Dios y parece sólo interesar a algunos.
Para algunos pasará desapercibido y para otros querrán permanecer para siempre en este abrazo invisible e irrompible.
Así es Dios, no es selectivo, está para todos, pero sólo cuando estás en sintonía logras percibirlo y cuando lo percibes es tan evidente que puede hasta doler para quien no lo puede ver.
Las oraciones que se quedan flotando, nutriendo un espacio de paz. En un ratito de oración, siempre es una bendición estar en Dios. Te llena, te abraza y es adictivo.
No quieres salir de ese abrazo que aunque es por un momento, sabe a eternidad.